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¡Pobres de nosotros! Ya ni siquiera el mercado de fichajes nos hace soñar.

¡Pobres de nosotros! Ya ni siquiera el mercado de fichajes nos hace soñar.
Deporte

Dusan Vlahovic (LaPresse)

Mientras aún tenemos ante los ojos las maravillas espaciales del París-Saint Germain-Bayern Múnich (2-0), que permitió a los franceses acceder a las semifinales del Mundial de Clubes, volvemos a la madrastra del fútbol italiano, todo proyectado, como cada verano, pero prácticamente siempre, en los espejismos del mercado de fichajes.

Soñar en vacaciones no es, sin duda, una gran novedad. Siempre lo hemos hecho desde tiempos inmemoriales: sin embargo, en esta época, tan tacaña en satisfacciones, el contraste entre ilusión y realidad se ha vuelto insoportable.

Hubo una vez, sin remontarnos a la época de Maradona y Zico, en que dejar volar la imaginación tenía sentido. Nos gustaba. Nos llenaba de energía, nos daba la esperanza concreta de que en el futuro nuestro equipo nos daría grandes satisfacciones: el Scudetto, Europa y quién sabe qué otros objetivos. Pasó con el Milan de Sacchi y Capello, el Inter de Mourinho, la Juve de Allegri, etcétera. Todos piensan en su equipo favorito, incluso el Inter de Inzaghi y el Nápoles de Spalletti. Un poco menos con el último Nápoles de Antonio Conte, no porque no merecieran el Scudetto, sino porque, admitámoslo, lo hicieron, dosificando todas sus energías hasta el final, aprovechando también el progresivo declive de los nerazzurri: un desgaste mental y físico que luego degeneraría en la contundente derrota contra el City en la final de la Champions League.

Bueno, después de una temporada como esta, caracterizada también por las inquietantes fluctuaciones de la Juve y el Milán, consolarse con las improbables noticias del mercado ya no nos divierte. ¿Cómo podemos ilusionarnos con la posible llegada al Milán de Ardon Jashari, el centrocampista suizo del Brujas que debería impulsar a los Rossoneri tras una de las temporadas más desastrosas de su historia?

Para soñar necesitas algo importante a lo que aferrarte, pero ¿a qué pueden aferrarse los aficionados del Milán? ¿A un suizo que juega en un equipo belga? ¿A qué es broma?

Previamente, tras haber tenido dificultades para digerir las ventas de Reijners y Teo Hernández, la afición incondicional del Diablo tuvo que aceptar la llegada de Luka Modric, una estrella de mediana edad (en ciernes) que, durante un tiempo en el Real Madrid, solo ha entrado al campo en el último cuarto de hora, cuando los demás están muy cansados. Por suerte, Samuele Ricci, un centrocampista de 23 años del Torino que lleva un tiempo en el círculo Azzurri, fue fichado en su lugar. Aunque no es un campeón, para el Milan el ex Granata puede finalmente considerarse una inversión de futuro. Y además habla italiano, una cualidad que no debe pasarse por alto en un mundo futbolístico donde todos tienen voz y voto sin ser comprendidos por nadie.

En resumen: con Allegri o sin Allegri, es mejor que la afición milanesa ni siquiera se ensombrezca. Recomendamos olvidar los buenos recuerdos, la última Champions con Ancelotti e incluso el último Scudetto con Pioli. Es mejor mantener un perfil bajo, olvidando el filete y el caviar. Con Cardinale y Furlani, de hecho, debemos acostumbrarnos a los alimentos congelados o a algunos productos de kilómetro cero para evitar sobrecargar los gastos, ya de por sí agobiantes por los largos viajes de Ibrahimovic.

¿Y la Juventus? También salieron maltrechos tanto del campeonato (cuarto puesto) como del Mundial de Clubes, donde su propia afición respiró aliviada por no haber sido derrotados por el Real Madrid. Nuestro fútbol está en tan mal estado, tan marginal, que perder por un solo gol, incluso para la Juve, parece casi una hazaña.

Ahora todo el mundo en el club blanquinegro está ilusionado con la llegada de Jonathan David, delantero canadiense que ha jugado en el Lille en las últimas tres temporadas, marcando 77 goles.

En teoría, parece una buena adquisición, pero todo está por confirmar. Pero como engañarse es uno de los últimos placeres de la vida, aquí está la "Gazzetta", presentando al nuevo delantero centro, con el titular: "David, un monstruo". Para colmo, al hablar el seleccionador canadiense, Jesse Marsh, leemos esta profecía: "Después de Haaland, está Jonathan. ¡Marcará 25 goles!".

¿Qué puedo decir? Crucemos los dedos por la afición de Madama, a la que últimamente le ha costado mucho entusiasmarse con los delanteros. Sin ánimo de echar sal en la herida, ¿cómo olvidar la increíble historia de Dusan Vlahovic, el delantero serbio que llegó de la Fiorentina en 2022 por 70 millones más 10 millones en primas?

El delantero, cuyo salario ronda los 12 millones, está en vilo por el club bianconero, que quiere sustituirlo por Victor Osimhen, el nuevo objeto de deseo de la Juve. Solo hay un pero: Dusan, quien solo ha jugado uno de cuatro partidos en Estados Unidos, no tiene intención de marcharse, ya que aspira a ser transferido gratis dentro de un año.

Mientras tanto, aunque siga en el banquillo, disfruta de su millón neto mensual hasta junio de 2026. Como dicen los periodistas, siempre es mejor que trabajar.

Es difícil entender quién tiene razón. Lo único cierto de esta mayonesa desquiciada es que vivimos en un fútbol —o mejor dicho, en un mundo— completamente desconectado, donde el valor del dinero ya no tiene otro significado que el de enriquecer a los agentes, muy contentos con este estancamiento demencial, dado que Vlahovic, a pesar de sus obsesiones y sus paradas imprudentes, siempre es un buen delantero centro, uno que en 145 partidos ha marcado 58 goles.

Cuando llegó a la Juve, al serbio lo compararon con el terrible Haaland del City. ¿Con quién dijimos que comparan ahora a David, el recién llegado? Watson, también con Haaland. Aquí, al menos en verano, soñemos. Pero dejemos en paz al terrible Haaland.

Tour de Francia, ¡qué pasión! Cuando alguien pregunta qué tiene de fascinante la Grande Boucle, la respuesta es volver a ver la etapa de ayer, que finalizó con la victoria de Mathieu Van Der Poel en Boulogne-sur-Mer, el puerto pesquero más importante de Francia. Y si viéndola aún no comprende la magia del Tour, que vaya y dedíquese, sin ofender a nadie, al golf o al burraco. Cabe destacar que Van Der Poel, que ya ganó este año en San Remo y Roubaix, no solo se alzó con el maillot amarillo llegando primero a Boulogne, sino que lo hizo superando al sprint a nada menos que Pogacar (2.º) y Vingegaard (3.º), los dos grandes campeones que durante los últimos cinco años, una vez y otra, han llegado con el maillot amarillo a los Campos Elíseos de París.

De ahí la maravilla: que en una etapa casi banal, con el Tour apenas comenzando, campeones magníficos como estos tres fenómenos hayan luchado con uñas y dientes para honrar la carrera y dejar su huella ganadora. Eso sí: nadie se lo pidió, fácilmente podrían haber dejado espacio para alguna figura menor, esperando las contrarreloj y las grandes montañas donde se decidirá la carrera. Pero en el Tour funciona así: cada rendición es una derrota, cada etapa es un viaje al principio y al fin del ciclismo, un deporte que cuando te hipnotiza con su magia ya no encuentras la palabra clave para liberarte.

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